Oración P. Granada
Así de sencillo
Dios me llama a la existencia.
Me sitúa entre los seres parecidos a Dios.
Al hacerme parecido a Él, me ha dado la libertad.
Dios me exige que me vaya trabajando libremente
a semejanza de cómo es Él.
Para poder trabajarme a semejanza de Dios,
tengo que ir enterándome quién es ese Dios y cómo es.
Para que pueda enterarme quién es Dios, y cómo es,
Dios se hace semejante a mí.
Jesucristo es el Dios único verdadero que es también hombre.
Jesucristo es, ha sido y será el único ser creado y creador
que me puede esclarecer quién es Dios
y cuáles son las exigencias de Dios
sobre mí al llamarme a la existencia.
Estas ideas, infinitamente profundas, no puedo asimilarlas
si no irrumpe en las intimidades de mi ser
el espíritu de Dios para revelármelas.
Lo que yo no puedo, es decir,
el ir elaborándome a semejanza de Dios,
lo puede Jesucristo en mí.
Lo puede cuando voy anteponiendo a todo lo demás
el estudiar con humildad sus deseos y mandatos.
Haciéndolo así es como iré realizándome
a semejanza de cómo Jesucristo
se ha realizado, se realiza y se realizará.
Esta es la máxima trascendental realización de mi existencia.
Los deseos y mandatos de Jesús
los sintetiza el mismo precepto del amor (Jn 13 y 15)